
Ver un ciclo como éste ayuda a certificar a Lubitsch como inventor de la comedia sofisticada, la que tan bien han cultivado Wilder, Cukor, Hawks, Sturges o Stanley Donen (mi sofisticado favorito). No sé qué ocurre ahora en el mundo del cine, en el que la comedia es un género que ha concluído en el subgénero “acumulación de gags” (por lo general de mal gusto). Creo que mi última comedia favorita es de finales de los ochenta, “When Harry met Sally”, y eso a pesar de que Billy Cristal nunca fue santo de mi devoción y Meg Ryan me resulta antipática. Para divertirme últimamente prefiero ver comedias argentinas que nada tienen de sofisticadas pero que son inteligentes y divertidas, o series de televisión como las “Chicas Gilmore” que me han atrapado con sus diálogos delirantes repletos de ironía y de homenajes a muchas de mis películas favoritas.

El toque Lubitsch presupone y cuenta con la inteligencia del espectador. Es la fórmula mágica. La comedia de hoy es burda porque muchas veces se piensa que el público es tonto y hay que dárselo todo pensado. Viendo una obra de Lubitsch el espectador entra dentro de la trama, la asimila, va sumando uno más uno, más uno… y el resultado de la ecuación no sólo es una sonrisa o una carcajada, sino una sensación de que el autor ha contado con quien se sienta en la butaca y ha sabido conquistarlo.