Y es que después de haber visto las imágenes de la intervención de Mikel Laboa en el concierto por la paz (playa de la Zurriola, Donostia, 11 de julio de 2006), todos pensábamos que, pese a la arena que nos separaba del escenario, disfrutaríamos de una réplica cercana gracias a las grandes pantallas colocadas en la playa.
Nuestro gozo en un pozo, ninguna imagen podía garantizarnos que aquél era el auténtico Bob Dylan y no un doble, como bromeábamos. Y eso hacía que la distancia, que los granos de arena de separación entre la estrella y el populacho fuera mucho mayor. No me cabe la menor duda de que un par de planos medios, otro par de cortos y un solo primerísimo plano del cantante habrían metido al público en el bolsillo.
Y es que, fundamentalmente, no importa divisar apenas a quien canta si la calidad del sonido hace que el público se olvide de ponerse de puntillas para intentar adivinar a la estrella. Sin duda habría un puñado de privilegiados que, entre el escenario y la mesa de control, disfrutaría de una ecualización estupenda. Pero los demás recibíamos rebotes por todas partes, un sonido a destiempo, desincronizado y desigual. La Zurriola es un espacio para lo que es, para disfrutar del sol durante el día, de la brisa durante la noche. Cuánto mejor lo hubiéramos pasado en el velódromo.
Y más tarde, tras los dos implacables bises del trovador, la evacuación de la playa, tan poco prevista por la organización. Porque fue civilizada y sin problemas, pero imagino una galerna, un cambio brusco de tiempo, una tormenta, y me da miedo pensar. Qué suerte que no hubo problemas de estampida.
Pero no voy a seguir contando negatividades, que es todo lo que he hecho hasta ahora. La banda de Dylan ofreció un concierto de calidad, excelentemente ejecutado. La voz rota de la estrella recitaba más que cantaba, pero siempre lo ha hecho así y ahora, en plena sesentena, no va a ser menos. El momento cumbre llegó con el primer bis, Like a Rolling Stone, que hasta a los más profanos no nos costó reconocer.
Olvidables los "fuegos" desde Sagüés ("estos ganan, estos ganan..."). Olvidable la larga marcha sobre la arena hacia la salida de la playa. Todos mis respetos a las nubes, que se contuvieron justo hasta el momento en que pisábamos asfalto firme (por fin).
E inolvidable la acampada y el momento-bocata con mis amigos sobre la arena, y los prismáticos que sirvieron para cerciorarnos de que, sin duda, era Bob Dylan el que cantaba.
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