Calle 14: Sopormán

Sopormán

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  • 31 julio 2006
  • Retroclásica

  • Una lleva una temporada intensa de conciertos (de los que tengo que hablar más adelante, por cierto) y ayer, recién llegada del que ofreció THE WHO en Zaragoza, pensé que apetecía refugiarse al fresquito de un cine y dejar descansar la neurona viendo algo poco sesudo y supuestamente entretenido como Superman Returns. Craso error.

    Vaya rollo que nos cascan con la vuelta del hombre de acero, que más que metálico parece de plástico. Demasiado maquillaje, demasiado retoque digital para acentuar el parecido con el superhéroe de Christopher Reeve (parecido sólo evidente a ratos tras las gafas del pobre Clark Kent). Se echa tanto de menos la tensión sexual entre Superman y Lois Lane... La intrépida reportera, que aquí llega de la mano de una especie de doble de Norah Jones descafeinada. Dónde andará Margot Kidder...

    Sopormán es capaz de hacerte dormir en la butaca por la falta de emoción, sólo conseguida en la fanfarria del comienzo y en la del final gracias a los acordes del tema compuesto por John Williams, única contribución del genio a la banda sonora de John Ottman, muy floja. Atrás quedan los años en que esos acordes acompañaban a la fulgurante transformación del torpe Clark en el hombre del pijama azul dentro de una cabina telefónica, la sonrisa irónica en el rostro de Reeve, las torpezas, las puyas, el rubor inconfundible o la capa roja, que ahora resulta granate.

    Este Sopormán de plástico no transmite nada, ni entretiene, es que ni el Lex Luthor de Kevin Spacey es tan villano ni tan divertido como lo fue el de Gene Hackman. Y hay robos descarados a otras películas, desde "La bella durmiente" hasta "Con el agua al cuello", pasando por "Titanic" o por "Superman. The Movie" mismamente, en la que Luthor quería destruir la costa Oeste, sólo que el nuevo malandrín intenta ahora hacer lo propio con la costa Este americana, pero por si fuera poco incluso proyecta hacer desaparecer media Europa, península ibérica incluida.

    Lo peor de todo no era ya en sí la película, sino la propia proyección (que duró dos horas y media, toda una tortura), en la sala de Donostia que más detesto (Bretxa 8), completamente DESENFOCADA, rayada de cabo a rabo por el lateral izquierdo, un sonido de espanto, vamos... y el ticket más caro de la ciudad, por cierto. Para salir y toparse con unas escaleras sucias y cutres, las paredes plagadas de graffitis, y ese olor desagradable de los rincones; vamos, como para solicitar el libro de reclamaciones (¿se merece el espectador que el "servicio al cliente" se acabe allá donde te cortan la entrada?). Menos mal que nos recuperamos en Va Bene con una hamburguesa (la ocho, mi favorita).

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