Calle 14: marzo 2011

La gata de ojos violeta

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  • 23 marzo 2011
  • Retroclásica
  •  Liz Taylor en el Zinemaldia, en los setenta

    Me he pasado un buen rato pensando en cómo titular esta entrada. No ha sido fácil, porque desde "La fierecilla domada" hasta "Quién teme a Virginia Woolf" existen muchos matices que encajan con esta mujer, un espíritu apasionado, indomable, de una raza extinta, la del glamour. Se nos ha muerto hoy la mujer de la mala salud de hierro, Elizabeth Taylor, la actriz de ojos de color violeta (al menos eso dice la leyenda), la que escandalizó al mundo con sus ocho matrimonios, dos con Richard Burton, quizá el hombre de su vida. La que tras quedarse viuda de Michael Todd fue a consolarse con Eddie Fisher, que era el marido de su mejor amiga, Debbie Reynolds. Cuando dejó de trabajar como actriz se dedicó a llenar portadas, saliendo por enésima vez del Betty Ford, casándose con un albañil llamado Larry Fortensky o posando con sus impresionantes joyas.

    Mujer inteligente, utilizó toda esa proyección social para su último gran papel en esta vida: la lucha contra el SIDA, después de perder a su amigo Rock Hudson, quien, recordemos, fue el primer famoso derrotado por un mal hasta entonces desconocido, a mediados de los ochenta.

    Pero rebobinemos, porque aquí lo que cabe, por encima de todo, es la actriz, que empezó de niña, donde dejó al público cautivado con su belleza actuando junto a otro gran niño-actor, Mickey Rooney, en "National Velvet" (Rooney será probablemente uno de los pocos supervivientes de la época). También coincidió en "Lassie come home" con otro niño prodigio, Roddy McDowall, en esos comienzos, de los que cabe destacar la versión en color de "Little Women", la archiconocida novela de Louise M. Alcott.

    Su rostro de porcelana de espesas cejas marcadas sobre ese par de ojos impresionantes, y esa cintura de avispa tan de los cincuenta se harían inolvidables más adelante en títulos como "Gigante", "La gata sobre el tejado de zinc", "De repente, el último verano". Una actriz muy adecuada para las obras de Tennessee Williams, por su carácter explosivo y sensual.

    "Cleopatra", una obra fallida (pero a reivindicar) de Joseph L. Mackievickz marca un antes y un después en su vida y su carrera, se trata del encuento y del comienzo de la pasional historia de amor con Richard Burton, sus idas y venidas, estruendosas rupturas y sonoros retornos. De esa época, "Una mujer marcada", "Quién teme a Virginia Woolf" (que le reportaron sendos Oscar) y "Reflejos en un ojo dorado" (magnífica y acompañada por un gran Marlon Brando) son películas a desempolvar en las estanterías. Yo acabo de revisar un título menor, maltratado por crítica y público, "Castillos en la arena", de Vincente Minnelli, en la que una ya madura Liz Taylor sigue embrujando con su sensualidad salvaje a Richard Burton (y con música de Johnny Mandel, "The shadow of your smile").

    Como acaba de decir Conxita Casanovas en la radio, casi duele saber que su despedida de la gran pantalla fue una versión de "Los picapiedra". Por suerte, nunca dejó de ser estrella y, como decíamos, supo utilizar su popularidad, dinero e influencia para impulsar los primeros proyectos de apoyo e investigación al SIDA, junto con su amigo Michael Jackson.

    Se acaba una época, se va extinguiendo el glammour del Hollywood dorado, una forma de entender el cine y la propia industria, algo irrepetible.

    Luis Gasca recuerda el paso de Elizabeth Taylor por el festival de cine de San Sebastián

    La diligencia

    3
  • 21 marzo 2011
  • Retroclásica

  • Hace unos días repasamos una obra maestra de John Ford con alumnos de bachillerato. (Hay que ponerse en su lugar: no saben quién era John Ford, ni John Wayne, ni Claire Trevor. Especialmente los dos primeros, tan asociados a la historia del cine y al western en particular).

    La diligencia (Stagecoach, 1939) fue el primer western sonoro que rodó Ford. La que hoy es considerada una de las mejores películas de la historia del cine sembró muchas dudas cuando Ford, que había adquirido años antes los derechos de la historia, propuso su rodaje. Leída hoy la respuesta que tuvo que escuchar suena hilarante: "Pero es un western y ya nadie hace westerns". Pensemos en todo lo que, después de esta maravilla, Ford rodó. Él y Anthony Mann nos dieron las mejores historias del oeste americano durante los siguientes treinta años.

    David O. Selznick (que en esa época vivía la histeria de la producción de "Lo que el viento se llevó") iba a producir la película. Ford, que llevaba una década sin rodar con John Wayne, quería a Wayne en el papel protagonista, pero Selznick imponía a Gary Cooper, que era más popular en aquella época, como deseaba que fuera Marlene Dietrich la que protagonizara a Dallas en lugar de Claire Trevor. Por suerte para nosotros, la película terminó en manos del productor Walter Wanger.

    Según Ford contó al director (y cinéfilo) Peter Bogdanovich en una excelente entrevista que le hizo al final de su carrera, la historia se inspira en "Bola de sebo" de Guy de Maupassant (historia rodada como Mademoiselle Fifí en 1921 y más tarde en 1944, por Robert Wise), un viaje en diligencia en plena guerra franco-prusiana. Hay cierta relación entre ambas historias, aunque algunos autores consideran esa inspiración algo exagerada.

    La diligencia es una historia que tiene dos espacios contrapuestos: el pequeño del carruaje tirado por caballos, mínimo, incómodo, duro, polvoriento e inseguro, y el inmenso espacio abierto y grandioso de la tierra americana, perfectamente representada por Monument Valley, todo un descubrimiento para el cine de Ford y para el western, ya que a partir de entonces se rodarían allí más películas (desde Centauros del desierto del propio Ford hasta... Forrest Gump, por poner un ejemplo reciente y de otro género).

    Como decían los carteles publicitarios, la película va más allá de la aventura épica de un grupo de blancos atravesando territorio indio; se trata de la historia de personas distintas que comparten un duro viaje en diligencia, cada una con su pasado y su futuro, con algo que ocultan o que deliberadamente muestran para ocultar otras cosas. El jugador (John Carradine), el doctor borracho (Thomas Mitchell, merecedor de un Oscar por este papel), la joven de dudosa reputación (Claire Trevor), el representante de licores (Donald Meek), la joven esposa de un soldado (Louise Platt), el marshal que cumple con su deber (George Bancroft), el conductor de la diligencia (Andy Devine) y el héroe solitario que busca la justicia por su cuenta (John Wayne). En cada parada de repostaje aparece una nueva figura que aporta cierta vis cómica a una historia que está lejos de la comedia; así, la comitiva de puritanas que pone de patitas en la calle a Doc y a la cabaretera Dallas; o el mexicano de la venta que ha sufrido el robo de su yegua y de su mujer (lamentando mucho más la desaparición de la yegua). En ese punto también tenemos un momento para la ternura, para la redención de Doc que logra alcanzar la suficiente sobriedad para atender un parto. El trayecto es pura narración y va añadiendo matices a la historia a través de lo que vamos conociendo de los personajes.

    La película lanza definitivamente a John Wayne, que por entonces estaba muy por debajo de la popularidad de Claire Trevor. Ford había dejado de trabajar con Wayne, pese a ser grandes amigos", hasta que éste madurara como actor. En esta película se convierte en el personaje prototipo fordiano de héroe americano, casi siempre solitario, arrogante, con tendencia a tomarse la justicia por su cuenta, y más tarde encarnado en otros héroes en la piel de Clint Eastwood. Los personajes de Wayne están a mucha distancia de los que encarna James Stewart, especialmente en las películas de Anthony Mann (estoy pensando en Winchester 73 y en Horizontes lejanos, por poner un par de títulos), del mismo modo que este Wayne de La diligencia se encuentra a años luz del protagonista del que para mí es el mejor western de Ford, Centauros del desierto.


    El año pasado apareció una versión restaurada digitalmente y en alta definición (en la colección Criterion) de la película y es una muy buena excusa para revisarla. Ahora que los televisores son gigantescos, ya que en los cines no se repone, al menos tendremos la oportunidad de percibir la grandeza de Monument Valley, un lugar que Ford convirtió en un icono del cine del Oeste, y la espectacularidad de la secuencia del ataque de los indios (villanos de la historia, pero ni los únicos ni los peores), una escena que, no olvidemos, se rodó hace más de setenta años.
     
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