(En la foto, Walter Matthau recibiendo un Oscar y un beso de Shelley Winters). Por primera vez en muchos años los Oscar me pillan a contrapié, sin haber visto todo lo que debo y quiero ver. Salvo “Babel” y “Little Miss Sunshine”, lo demás lo tengo un poco cogido con pinzas. He visto “Dreamgirls” y me ha parecido un bodrio, y todavía tengo pendientes los dos Eastwood y Scorsese (no tengo perdón). En fin, que me asomo a la gaupasa cinematográfica sin apenas criterio, sin favoritos y pensando en la auditoría que tenemos en la oficina a la mañana siguiente. Total, para ver una ceremonia que cada año se critica por larga, tediosa, previsible y espantosamente americana (qué espera el mundo, que sea más cubana, quizá).
A los que pasamos la noche en vela viendo los Oscars lo que nos gusta es ver esa capacidad mediática de reunir a las estrellas del momento bajo un mismo techo, recuperar quizá a algún dinosaurio y saber que está ahí, vivito y en directo (oh, adorado Morricone, oh, Sir O’Toole). Nos gusta ver ese potencial para el espectáculo, es Hollywood en directo, con todos los recursos, la precisión, lo imprevisible. Que a veces hasta uno puede reírse con la ocurrencia de un presentador brillante (irrupciones memorables de Whoopi Goldberg disfrazada de Elizabeth I o los espectaculares comienzos de Billy Cristal). Después de un par de presentadores de peso específico específicamente americano (valga la redundancia), llega una mujer poderosa en el mundo de la telecomedia y el talk-show en Norteamérica, suficientemente conocida y apreciada (o detestada) en el resto del mundo. Es Ellen DeGeneres, actriz de comedia tan famosa fuera de los platós por su defendido lesbianismo.
Supongo que el sentido del humor de DeGeneres (o Ellen, para sus seguidores) es más fresco, menos político, más puramente cómico que el de presentadores que le anteceden, y que han sido menos populares entre la audiencia no norteamericana, desde que Cristal y Goldberg dejaron de conducir la ceremonia. El problema de verla desde el otro lado del charco no es únicamente el desfase horario, que influye, sino también el hecho de que los americanos se suelen contar chistes para sí mismos, juegos de palabras con personajes que no conocemos o no entendemos; en esos momentos la traducción simultánea de Digital Plus ayuda poquísimo, así que opto por escuchar la versión original. Ese humor autóctono sería correcto si los Oscar fueran un premio reducido a su público, como lo son los Goya para el nuestro; pero no nos confundamos, todo el tinglado es puro marketing y los americanos cobran una pasta gansa por vender el espectáculo (me refiero al cine, no sólo a los premios) al resto del mundo, por lo que deberían ser un poco más considerados con la audiencia y ofrecer un humor más neutro o universal, en clave de telecomedia de situación. Por esa razón pienso que DeGeneres puede haber sido una buena elección. No lo sabremos hasta la madrugada del 25 al 26.
Si se habrán dado cuenta estos yankis del potencial de lo extranjero que hasta ellos mismos presentan candidaturas a películas en habla no inglesa… Aquí estaremos pendientes del donostiarra Cobeaga, entre otros.
A los que pasamos la noche en vela viendo los Oscars lo que nos gusta es ver esa capacidad mediática de reunir a las estrellas del momento bajo un mismo techo, recuperar quizá a algún dinosaurio y saber que está ahí, vivito y en directo (oh, adorado Morricone, oh, Sir O’Toole). Nos gusta ver ese potencial para el espectáculo, es Hollywood en directo, con todos los recursos, la precisión, lo imprevisible. Que a veces hasta uno puede reírse con la ocurrencia de un presentador brillante (irrupciones memorables de Whoopi Goldberg disfrazada de Elizabeth I o los espectaculares comienzos de Billy Cristal). Después de un par de presentadores de peso específico específicamente americano (valga la redundancia), llega una mujer poderosa en el mundo de la telecomedia y el talk-show en Norteamérica, suficientemente conocida y apreciada (o detestada) en el resto del mundo. Es Ellen DeGeneres, actriz de comedia tan famosa fuera de los platós por su defendido lesbianismo.
Supongo que el sentido del humor de DeGeneres (o Ellen, para sus seguidores) es más fresco, menos político, más puramente cómico que el de presentadores que le anteceden, y que han sido menos populares entre la audiencia no norteamericana, desde que Cristal y Goldberg dejaron de conducir la ceremonia. El problema de verla desde el otro lado del charco no es únicamente el desfase horario, que influye, sino también el hecho de que los americanos se suelen contar chistes para sí mismos, juegos de palabras con personajes que no conocemos o no entendemos; en esos momentos la traducción simultánea de Digital Plus ayuda poquísimo, así que opto por escuchar la versión original. Ese humor autóctono sería correcto si los Oscar fueran un premio reducido a su público, como lo son los Goya para el nuestro; pero no nos confundamos, todo el tinglado es puro marketing y los americanos cobran una pasta gansa por vender el espectáculo (me refiero al cine, no sólo a los premios) al resto del mundo, por lo que deberían ser un poco más considerados con la audiencia y ofrecer un humor más neutro o universal, en clave de telecomedia de situación. Por esa razón pienso que DeGeneres puede haber sido una buena elección. No lo sabremos hasta la madrugada del 25 al 26.
Si se habrán dado cuenta estos yankis del potencial de lo extranjero que hasta ellos mismos presentan candidaturas a películas en habla no inglesa… Aquí estaremos pendientes del donostiarra Cobeaga, entre otros.
1 comentarios de texto:
El sábado colgaré en el blog mis predicciones para los Oscar, unas horas después de contarlas en la Radio Galega. Como espectáculo televisivo, las ceremonias de los Oscar me parecen modélicas, por lo bien medido y bien puesto que está todo. Coincido con lo de "Dreamgirls", aunque a mí también me parece un horror "Babel". La(s) de Eastwood no me gustan tampoco mucho; sí "The Departed" y "Little Miss Sunshine", pero en conjunto no puedo evitar pensar que este año ha sido bastante flojito.
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