Calle 14: octubre 2008

Derechos y patrimonio (de la humanidad)

4
  • 22 octubre 2008
  • Retroclásica
  • Alberti y su primera esposa, María Teresa León

    Acabo de leer en El País que la figura y la obra de Rafael Alberti se están olvidando. Podría esta idea encajarse en el debate permanente sobre la calidad de nuestra cultura y de la enseñanza, pero en esta ocasión, y como podréis leer en el artículo que me lleva a expresar mi opinión, el contexto no es otro sino el del bloqueo de los derechos de publicación de la obra de uno de los más grandes escritores en lengua española.

    No sé por dónde seguir escribiendo acerca de mi malestar general: quizá es porque nunca he podido soportar la figura y el papel que juega en todo esto la-mujer-joven-que-se-casó-con-el-autor-consagrado-maduro. Es una circunstancia que se repite con otros autores: de Borges a Cela, pasando quizá también por el propio Saramago. Si bien María Kodama no me resulta tan antipática (aunque también supongo que ejerce de viuda de), qué decir de la marquesa que llegó, vio y venció y tejió un entramado empresarial para controlar todo el legado del autor de La colmena. Ni ganas de teclear el nombre de semejante arribista, porque mucho me temo que tiene un metabuscador que se dedica a localizar cuanto se escriba acerca de su difunto y de ella misma, egocéntrica y ególatra como pocas. Por qué señores tan cultos, con tanta experiencia, son capaces de arrimarse a mujeres de esa calaña y legarles todo, habiendo otros herederos naturales (y, además, por encima de todo, los lectores y la historia de la literatura), es algo que no llego a explicarme.

    Fundamentalmente, el artículo Alberti, de la arboleda al olvido viene a explicar cómo los derechos de la obra del poeta están controlados por una sociedad que maneja su viuda, María Asunción Mateo, y que ha secuestrado de tal manera la obra que hay libros del autor (uno esencial para tener un primer contacto con su obra: Antología poética, de colección Austral), que tras agotarse su última edición no han podido ser reeditados.
    La famosa imagen de la Generación del 27
    La figura de Rafael Alberti es una de las claves no sólo para explicar un episodio fundamental de la historia de la literatura española, sino también para comprender a una generación política y cultural del siglo XX. Tuve la suerte de estudiar literatura cuando el nombre de Alberti, aún en vida, ya era parte de los temarios de los libros de EGB y bachillerato. Es decir, estaba a la altura de los clásicos y formaba parte de lo que didácticamente se vino a agrupar bajo el nombre de la Generación del 27, la de Lorca, Dámaso Alonso, Vicente Aleixandre, José Bergamín, Pedro Salinas, Gerardo Diego, León Felipe, Miguel Hernández, Dalí, Buñuel... y damas como Rosa Chacel, aunque pocos la mencionen dentro de esta generación.

    Delibes, Chacel y Alberti

    Si ahora una sociedad va a controlar los permisos para que Serrat entone su "Se equivocó la paloma..." o los libros de texto escolares incluyan ejemplos de la poesía de Alberti, estamos ante la mercantilización de una obra artística que debería más bien declararse patrimonio de la humanidad; ese control de algo que todos tenemos derecho a conocer y disfrutar. No hará sino negar esa obra a nuevas generaciones, a las que de por sí resulta muy difícil animar a leer, ya no digamos clásicos o poesía. Esta señora está tirando piedras contra su propio tejado: ponerlo todo difícil o extremadamente caro hará que el autor de Marinero en tierra desaparezca de las estanterías de las librerías y que cuando reaparezca nadie lo reclame. Es para reflexionar que Camilo José Cela Conde y Aitana Alberti se hayan quedado fuera de juego. Y esta actitud es tan impropia de un personaje como fue Rafael Alberti... Seguro que él invitaría al fotocopiado masivo y reaccionario.

    Instantes y vidas que mandan

    7
  • 16 octubre 2008
  • Retroclásica

  • Ayer envié un mensaje a todos mis contactos alertando de la existencia, en un lugar recóndito de los rayos catódicos, de una pequeña joya documental. Quizá me dejé llevar por el entusiasmo y, quien efectivamente se ocupara de esperar a verla o grabarla, después me diga, vaya, no era para tanto. Es posible que la vida de una burguesa rica durante gran parte del siglo XX no despierte interés, es verdad que a veces resulta hasta obsceno verla rodeada de comodidades en una época de problemas, hambre y carencias. Pero realmente no se trataba de observar todo eso, sino de lo que ella observaba y privilegiadamente atesoraba.

    Pensemos: in illo tempore ni viajar, ni fotografiar, ni rodar la realidad (demasiado feliz para ser realidad) estaba al alcance de cualquiera. Puede que hoy, especialmente la gente joven, desprecie estos detalles. La vida digital ha puesto a nuestro alcance todo esto y más, y viajar se ha democratizado. Ver a Madronita Andreu entre los rascacielos de Nueva York o en camello por el desierto es una imagen mucho más exótica; viajar entonces era una aventura, algo en lo que se invertía mucho dinero y, sobre todo, tiempo. Lo bonito fue que ella misma era consciente de la necesidad de guardar todo eso a sabiendas de que era un mundo cambiante que, al irse ella, no retornaría. Lo suyo era un anticiparse a todas las modernidades, una mujer cámara en mano diciendo a todo el mundo qué hacer, hacia dónde moverse, cómo posar ante su tomavistas (no sé cuántos años hacía que no utilizaba este término). Además, su lente iba registrando todas las etapas de su vida: la única imagen que existe de su padre, el famoso Doctor Andreu, acaudalado industrial dueño de medio Tibidabo, sus dos matrimonios, sus hijos...

    Su madre era hermana del pintor Francisco Miralles. En un ambiente artístico e intelectual, Madronita, desde muy joven, se interesó por la fotografía, después por el cine, y acumuló material rodado en su entorno familiar y social, primero con una cámara de 8mm y más tarde con otra de 16mm, con la que demostró buenas maneras, talento y mucha intuición. Más de 900 bobinas de película en 16mm, depositadas en la filmoteca catalana, son la fuente de esta recopilación que es Un instante en la vida ajena, un documental donde se resume de forma brillante una época que ha quedado atrás definitivamente, dirigido por José Luis López-Linares en 2003, merecedor de un Goya a la mejor película documental. Pese a estar editada en DVD, es difícil de encontrar, pero ayer al menos se emitió en La 2, con lo que nos quedó la oportunidad de grabarla y guardarla como un pequeño tesoro.

    La dosis semanal de David Lean: preciosa copia de This happy breed (La vida manda, 1944), en la que a ratos (especialmente al principio) hay algo que recuerda al cine de Frank Capra, quizá esa primera secuencia de la llegada de la familia a la casa, con la abuela, la tía, el gato, cada personaje como llegado de un planeta diferente es, manteniendo las distancias, algo que recuerda ligeramente a esa atmósfera medio loca de You can't take it with you (Vive como quieras, 1938). Obviamente, la historia va por otros derroteros e inclina la balanza más hacia lo trágico que hacia lo cómico, aunque reconozcamos que hasta el título tiene más aspecto de ser de Capra que de Lean. [Nota a mí misma: qué grande es Capra. Programaré una retrospectiva doméstica].

    Nada cobarde

    0
  • 07 octubre 2008
  • Retroclásica
  • Segunda sesión de la retrospectiva de David Lean. Su primera película, codirigida con Noel Coward ("coward" significa en nuestro idioma "cobarde"). "In which we serve" se tituló aquí "Sangre, sudor y lágrimas", palabras extraídas del discurso de Churchill a la Cámara de los Comunes en mayo de 1940. De nuevo, enhorabuena; una película restaurada, copia impecable del BFI, blanco y negro que no hace sino acentuar lo gris de una etapa que tanto ha dado de sí en el mundo del cine: la II Guerra Mundial.

    "Ésta es la historia de un barco...", comienza la película con la narración del mismísimo Leslie Howard. Y tras resumirnos que la compleja construcción de un barco es labor larga en la que colaboran muchas personas, se nos cuenta el final del mismo barco, siendo el resto de la narración una sucesión de flashbacks que muestran que la historia de esa mole de hierro flotante es la suma de pequeñas historias (la unamuniana intrahistoria, quizá), que el gran drama de la guerra es la suma de millones de pequeñas tragedias. La misma persona que lanza un proyectil para derribar al enemigo lucha por sobrevivir, por volver con la mujer a la que conoció en un tren (elemento imprescindible del cine de Lean). Un grupo de marineros que se agarran a un bote salvavidas como se aferran a la vida a través del recuerdo, una forma de sostenerse y sobrevivir esperando al rescate bajo la permanente amenaza del enemigo, del hambre, del frío, de la sed; elementos por los que se pasa de soslayo, como queriendo mostrar que la forma de combatirlos es concentrarse en los recuerdos o en aquello que les espera en casa.


    La historia se aborda con una grata ausencia de patriotismo al que nos tiene acostumbrado el cine bélico del otro lado del charco. Los británicos son más flemáticos, de ahí que el personaje encarnado por Noel Coward (que además firma el guión y la música) resulte de una bondad en cierto modo poco verosímil; se le hace inevitable traslucir cierto amaneramiento, a pesar de mostrarse duro, impasible casi siempre. Los nombres se agolpan en el reparto: John Mills (en la foto, con su Oscar por Ryan's Daugther), Celia Johnson, Michael Wilding (casi más recordado por ser uno de los maridos de Elizabeth Taylor) y Richard Attenborough. Para cuando David Lean accedió a la labor de dirección, estaba ya muy curtido como montador o director de segundas unidades, lo que resulta visible en una película que no parece tanto una ópera prima.

    Doctor Lean

    9
  • 02 octubre 2008
  • Retroclásica
  • Por si queda la duda de si hemos o no acabado con empacho de celuloide, anoche nos sometimos a una dosis fílmica de 197 minutos del mejor cine. NOSFERATU, ese estupendo cine-club municipal de Donostia Kultura, ha iniciado el curso escolar con una retrospectiva que los aficionados hemos recibido con los brazos bien abiertos: David Lean, cuando se cumplen cien años de su nacimiento. Y como quien exhibe fuegos artificiales en La Concha, el lanzamiento inicial ha sido espectacular.

    Que sea una producción de Carlo Ponti hizo de la de ayer una transición mágica desde la retrospectiva de Monicelli con la que algunos hemos convivido en los últimos diez días hacia la normalidad. Con Doctor Zhivago restaurada y en una copia limpia de la Cooper, ayer disfrutamos de todos esos matices que nos hemos perdido en las cada día menos escasas emisiones de clásicos por televisión. Los machadianos campos de Soria, el Moncayo y la estación de Canfranc eran mucho más visibles y reconocibles a nuestros ojos, así como los actores españoles no acreditados, de los cuales el más popular es José María Caffarel. La imdb al fin hace justicia y ofrece una relación exhaustiva de los actores españoles que intervinieron en la película.

    Esta versión en scope del original en 70mm, un formato carísimo y de fotografía espectacular (de Freddie Young), tiene matices que quienes no la habíamos visto en pantalla grande nos habíamos perdido. Me quedo, sin duda, con el momento en que se hace evidente que Yuri está loco por Lara (bellísima Julie Christie): no hace falta expresarlo con palabras, ni con gestos, simplemente ubicando a Omar Sharif en la penumbra e iluminando esos ojos que lo dicen todo (debo encontrar el fotograma para publicarlo aquí).

    La nieve, que no es nieve, es mucho más fría. La cicatriz en la cara de Pasha, el deseo de Komarovsky (Rod Steiger, siempre grande), la bondad de Tonya (Geraldine Chaplin) y la irresistible belleza de Lara, todo es más evidente, más grande, más bello, más épico en una sala de cine en la penumbra. La copia completa incluye la obertura sin imágenes y el intermedio, con lo cual podemos disfrutar de una banda sonora magistral de Maurice Jarre, sin la cual Zhivago sería una narración incompleta. La copia tiene, además, sonido digital y eso se nota.

    Para mí hay tres secuencias determinantes: Una, cuando después de desertar y de recorrer al borde de la locura kilómetros y kilómetros, helado de frío y agotado (en la foto, Omar, todo ojos), llega a Yuriatin, recoge la llave de la casa de Lara en el escondite y lee la nota de Lara, que le ha preparado patatas hervidas. Dos, cuando Yuri, Lara y la niña llegan a la mansión helada de Varikino, entrando en una especie de palacio de cristal donde la escarcha y el polvo se confunden en un entorno tan fantasmal como romántico y mágico. Y tres, la penúltima secuencia, la de la impotencia de Zhivago cuando divisa a Lara desde el tranvía pero no puede alcanzarla.

    En esta película aparece uno de los elementos favoritos de Lean, casi constante en su filmografía: el tren. Una de las secuencias fue rodada en la bellísima estación de Canfranc, en Huesca. Hace años que no la visito y la última vez contemplé el deterioro de un lugar que todavía retiene cierto carácter aristocrático, como de belle epoque.

    Y un detalle que sobrecoge: el vals que invita a comprar la lotería de Navidad, (con lo que ello deprime). Noté cierto asombro entre algunos espectadores, que no sabían que la musiquilla del calvo de la lotería procedía de esta película.

    La película fue candidata a diez oscars, de los cuales se llevó cinco: mejor guión adaptado (Robert Bolt), mejor fotografía, mejor banda sonora, mejor vestuario y mejor dirección artística (entre los galardonados, Gil Parrondo).
     
    Copyright 2010 Calle 14